ÁNGEL DE BARRO
Esta tarde soy como un ángel de barro
a quien su peso le clava y le tortura:
imágenes partidas, congestionados rostros,
ensombrecen el colorido alegre de mis sueños.
Desmelenados lienzos, mortíferas cadenas
bailan y se mueven sobre el duro trampolín del asfalto.
Gritos, notas de locas músicas,
son como si un concierto de la Parca
invadiera los ámbitos del miedo.
Yo diría que están jugando a ser esclavas
todas las libertades de los hombres,
todas las esperanzas que la palabra y el gesto amable nos conceden.
Soy como un ojo sin luz,
o con demasiada luz para imaginarme cosas que acaso no existieron.
Agua soy, viento y piedra, pensamiento en suma
con que abordar caminos y caminos,
con que inventar, y recorrer, desde el rugido hasta la paz,
desde la muerte hasta el primer grito o llanto de la vida.
Calladamente sufro, calladamente siento
el golpe de la máquina en mis sienes.
Y me acobarda.
Veo, advierto
el deshumanizado paso de las cosas.
Manda el pedal y el juego
desconocido de aparatos
mecánicos.
Es el progreso,
es el ir más allá. Un allá
en donde, acaso,
nos cueste regresar.
Pero somos
hombres, habitantes de un mundo
en rotación e inquieto,
y,
aunque con miedo,
hemos de andar, abrir caminos,
romperle los suspiros a la brisa...
Lo que sucede es que hoy me pesa el alma;
hoy es un día en que me paro y me pregunto
cosas
que
a cualquier ángel de barro
puede causarle miedo el responderlas.
De Este caer de rotos pájaros
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