Los ángeles terribles
que gobiernan las cimas del vacío
vinieron esta noche a visitarme.
Se posaron en el alféizar
de mi ventana, hirieron
los cristales con sus nudillos
e intentaron forzar los aparejos
que separan mi estancia de su mundo.
Pude verlos. Hablaban
en un idioma extraño, con cantos de
sirena,
sirena,
que el sudor de mi rostro traducía.
No quiero recordarlos.
Pero ahora sé que están en cada esquina,
en el timbre estentóreo del teléfono
o en las noticias que hayan de llegar.
Esos ángeles fríos... Los he visto,
reflejados tal vez en el espejo.
RENDICIÓN INCONDICIONAL
Desnúdame, no tengo ya otra cosa.
Pablo García Baena
A ti te digo,
ven,
¿no eres acaso
el arcángel que invoco,
el que acecha mis sueños y me infunde
las dulces pesadillas que me encienden la carne;
el que me inculca la palabra exacta
si mi deseo proclamo;
el que me hace propuestas transgresoras
cada vez que te miro;
el que me acerca a ti, si algún milagro,
como un faro en la noche, me ilumina;
el que abre las puertas de mi reino
con su sola mirada;
el que tiene tu rostro?
Ven, acerca tu mano
y, según tu palabra, hágase en mí
la postrer maravilla,
la sombra incandescente
que arde sin consumirse en el serrallo
más turbio de mi carne.
Mas sea, sin embargo,
tu voluntad: dispón, pues, de este cuerpo,
que arde si tú lo tocas,
que engendra cataclismos al paso de
tu lengua
flamígera y flamea,
como una llama, al roce de tus labios;
¿a qué esperas?
Ven, asalta, conquista
el desmayo dichoso de mis miembros
y hazme morder el polvo de tus plantas
y sentir en mi vientre
la tibia comezón de la derrota,
mientras mis dedos buscan
el filo de tu espada
y comulgo tu aliento
y un mar de orquídeas negras
devora mi naufragio y me vomita,
pecio de gloria, al fin, sobre tu pecho.
Domingo F. Faílde
(De Retrato de heterónimo, Ánfora Nova, Córdoba 2008)
No hay comentarios:
Publicar un comentario