domingo, 30 de enero de 2011

Para moler el frío, para hacerlo proximidad y brasa, compañía de ciprés y estanque, un poema de Carlos Alcorta Cayón.

[Ángel de la guarda]


Un seto, para mi, nunca ha sido un objeto de estudio agradable
HENRY DAVID THOREAU

Empobrecen el panorama con sus crecientes ramas, pero a cambio, en pocos meses han formado un tupido muro vegetal que me protege de indiscretas miradas casi por completo.

Aún quedan arbitrarias rendijas diseminadas por el follaje que filtran la  luz y ofrecen imágenes fragmentadas de la realidad que me circunda: perfilados contornos de vecinos curiosos, el campanario de la iglesia restaurada, las copas de los viejos arces colindantes, la crin de color bronce difuso del caballo que pasta en la colina cercana y, eventualmente, los vagones de un tren deslizándose por los raíles desnivelados igual que un caracol sobre una pantalla de arena.

Es cuanto percibo del exterior, un resumen del paisaje que acota un cielo abarquillado e indiferente, en el que acierto a vislumbrar la silueta efímera de un ángel de la guarda.

Dentro hay otro mundo. Sobre las baldosas, macetas de plantas de especies cuyo nombre desconozco y estorninos y pardales desconfiados que picotean migas de pan con avidez. Más allá, en el césped recortado parcialmente, la piscina convertible, juguetes mutilados y, debajo de una sombrilla, la mesa sobre la que reposan cartas y libros, analgésicos para aliviar la nostalgia.

Esta paz que inspiran los cipreses no proviene del silencio, existe más allá de mi ojos, no sólo en el pasado, sino en este momento único, en el que  constato, feliz, esa desacostumbrada  calma, el  sabor más verdadero de las pequeñas cosas, de los  pormenores que dan sentido a la vida. Esta paz, me acerca a ese fuego interior que palpita en las entrañas de la tierra, en él me abraso,  soy uno con el universo.

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