miércoles, 9 de febrero de 2011

Son a veces los ángeles testigo y relator de las realidades más sórdidas y dolorosas de las que también se compone la vida. Willy Gómez Migliaro describe este momento con la desnuda crudeza de una radiografía

         ÁNGEL EN ETERNA NOCHE 



Amó el fuego de una palabra hermosa
El Perú en sus manos manantiales
Después
Le dolieron los senos de tanta pateadura
Ardió el agua yodada en su piel
Sonó en sus oídos la excitación de hombres que tenían
         miedo como ella
Era inocente según los partes que llegaron a Lima
Todo se paga en este mundo –le dijeron
Y vio arder su pueblo miserable
Su cuerpo fue el mapa de los asesinos
En bolsas la envolvieron
Pudo ver a través de ellas la entrada a un frigorífico
Pensó en la niña que iba a la escuela temprano
Y en los huaynos que cantó
Recordó la cabeza de Pedro
Los brazos de Juan
Las piernas de Alberto
Los testículos de Mamani
Todos rotos en una fosa
Antes hubiera querido el fuego de esa palabra hermosa
Para caer sobre cielos de felicidad
Y el alférez no la violente
Por su capitán que agonizó
Y que lo atendieron en la comisaría de San Juan
Sola con la seguridad nacional
Todos volvieron a meter mano contra ella
Y supo que bailar con ellos era la opción
Amó la justicia y la ignorancia de sus propios restos
Mientras en la radio escuchó el nombre del Perú
Estaba viva
Hasta que los procesos de paz desenredaron horrores
Luego se juntó a un hombre oscuro e insensato
Lo amó
Pero él no pudo acariciar ansiedades de una mujer
         enferma 
Limpió las márgenes de su cuerpo
Pero no pudo alcanzarla 
Ella llamaba montaña todos los derrumbamientos
Y un día 
Sin vergüenza que otro gran camino pobre
Cambió su nombre
Y sin hogar volteó páginas de amor y odio
Amó un disparo de encierros verdaderos
Que le permitieron ver la creación
Volvió a nacer en una peluquería de su barrió día
         y noche
De unos huesos instantáneos
Hizo de su vida un comportamiento histérico
Una relación más dolorosa con la muerte
Fundó oscuros campos
Mientras esperaba la noche de un verdugo
Se volvió cobarde
No pudo con esas alas privadas y espirituales
De otro cuerpo golpeado tantas veces
Organizó su última cena
Y el picaporte detrás de la puerta
Sonó despacito 

                                       Willy Gómez Migliaro
 

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