EL ÁNGEL DE LA MÚSICA
Suena el violín, la noche ártica
va tragándose uno a uno
el orgullo y los sueños de los hombres.
Suena el violín;
Albinoni se alza entre los gritos
de los pasajeros de tercera
que compraron billete hacia la muerte,
mientras se hunden los libros
y los cubiertos de plata
arrojan un último destello entre las olas
y buscan acomodo
en la oscuridad secreta de los muertos.
Los ojos del violinista
tienen brillos de hielo;
pero él no se lamenta por el barco,
sino por la madera
del violín, que el frío desentona;
también por aquella joven dama
a la que dedicaba cada noche
sus adagios más íntimos.
¡lirio fresco entre las copas
y el aroma dormido de los puros...!
El ángel de la música
se queda hasta que suena
la cerrada ovación de los ahogados,
y la orquesta saluda y se despide.
¡Qué trascendental concierto el de esta noche!
¡Qué alegría morir entre vosotros,
compañeros de cuerda y de destino,
mientras se van los dedos dulcemente,
mientras cierran sus puertas
de sal las caracolas
y las últimas bengalas del naufragio
llenan de luces el mar...!
(A los últimos en abandonar el barco)
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